domingo, 29 de marzo de 2009

Después de un tiempo

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma.
Uno aprende que el amor no significa sexo, y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender.
Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema.
Uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta que si estas al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabaras no deseando volver a verla.
Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.
Con el tiempo también aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.
Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día lloraras por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados y al cuadrado.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, extrañaras terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado. Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido. Pero desgraciadamente, sólo con el tiempo.

Autor: Jorge Luis Borges

viernes, 27 de marzo de 2009

Simplifiquemos las cosas

Cuando todo está dicho, cuando perseveramos, luchamos, demostramos interés por nuestros objetivos, tenemos paciencia, aguantamos, cedemos, retrocedemos. Cuando lloramos, reimos, charlamos, callamos, nos miramos, nos reimos de nuevo, nos acercamos y volvemos a retroceder. Cuando volamos, saltamos, cantamos, bailamos, y gritamos de felicidad. Y también de enojo. Cuando cerramos los ojos, cuando tenemos miedo, cuando nos abrazamos, nos besamos, nos tocamos, nos vamos. Cuando volvemos, nos queremos, nos odiamos, nos gritamos y volvemos a reir. Cuando es verano, cuando es invierno, cuando hace frio y calor. Cuando ganamos, cuando perdemos, cuando dormimos juntos. Y también separados. Cuando te fuiste, cuando volviste, y volví y me fui. Cuando no decimos nada pero a la vez decimos todo, cuando tenemos ganas de salir corriendo en busca de nuevos horizontes, aventuras, locuras, tropezones y caídas. Cuando recordamos, cuando olvidamos, cuando fingimos que olvidamos y queremos recordar. Las entradas, las salidas, las calles, las caricias. Los aromas, los momentos, los silencios, los atardeceres y los sueños. Cuando estamos nerviosos, cuando reina la paz, cuando queremos que los demás sepan cuánto más hay para dar. Cuando aclaramos, cuando dudamos, desconfiamos y nos vamos. Cuando hay orgullo, cuando hay indiferencia, cuando tenemos ganas de terminar con esta huelga. Cuando te gusto, cuando me gustas, cuando me queres tener, cuando te volves a escapar. Cuando hay chuchitos: lindos, raros y también de los feos. Más risas, más llanto, más gritos, más canto.

Y después de todo, y cuando aún queda más... simplifiquemos las cosas, no tengas miedo, conmigo vas a volar.




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jueves, 26 de marzo de 2009

En mis pupilas

Me atrae pensar, pensar y seguir pensando, siendo plenamente conciente que a veces lo hago más de la cuenta. Siendo conciente que sin querer pienso en cosas que no me hacen bien, en recuerdos que mejor olvidar, en personas que ya no son trascendentes, en sueños que ya no se van a cumplir. Lo cierto es que me cuesta soplar los recuerdos, deshacerme de la gente y decir adiós a los sueños que tanto añoré.
Soy un poco melancólica, lo sé. Masoquista, tal vez. Soy también conciente de eso, aunque me obligo a la sonrisa permanente; me gusta que me vean así, brillante, candente.
Puedo aparentar el no necesitar de nada ni de nadie, al fin y al cabo siempre hice todo sola, todo lo pude sola. Pero no puedo ocultar que me atrae la idea de sentir cómo las cosas de a dos tienen un sabor diferente; hay algo distinto en eso, un "no se que". Miedo, hay miedo. Miedo a no encontrarte, o que no me encuentres. Miedo a que no aceptes mis manías, mi locura, mi lucha por encontrar nuevos motivos para seguir. Soy así, nunca me vas a ver caer, tan solo tambalear.
Lo sé, no acepto los cambios, soy demasiado tradicionalista, estoy demasiado ligada a mis creencias, a mis sentimientos. Me gusta mezclar mi pasado y presente como si de esa mezcla pudiese resultar un postre exquisito, distinto, exquisito. Un postre que hace bien porque tiene ingredientes contrapuestos. Lo cierto es que no hay nada bueno en esta mezcla de sentimientos. Esto es una orgía, una orgía de sentimientos.




Sueño de una noche de verano

Abro los ojos, despacio. Busco el celular que, como todas las noches, está debajo de mi almohada. 4:37 am. Sí, fue un sueño. Suspiro, me acomodo. Trato de cerrar los ojos por que sería estúpido negar el no querer seguir soñando(te). Más estúpido es pensar que voy a poder volver a hacerlo. Sí, a veces creo ser capaz de revivir momentos. Pero no, hay momentos y momentos.
Yo estaba en una playa, en una tarde gris, templada, pero gris. Digamos de esas tardes en las que el mar tiene el mismo color que el cielo, cual tormenta se acerca. Llevaba un vestido blanco, corto, y pude notar mi pelo más rubio y largo que lo habitual. Recuerdo estar danzando en la orilla, sintiendo como la libertad me miraba, y sonreía.
Hasta que te vi. Apareciste cual destello en la oscuridad. Vos vestías de gris, es todo lo que recuerdo. Yo estaba inmovilizada. Confiaba en que mi instante de calma, armonía y soltura no precisaba de nada más, pero no puedo ocultar que verte abrió la posibilidad de un momento aún más deseable.
Es imposible definir cuanto duran los sueños, pero queriendo imaginar la situación, fueron horas en las que no hicimos mas que mirarnos. Mirarnos y vernos. Contemplarnos, descubrirnos. Curosearnos, admirarnos. Reconocernos, cuidarnos. Risas. Muecas. Más risas. Vos te mordías el labio, yo me tocaba el pelo. Vos metías las manos en los bolsillos del pantalón, yo me rascaba el cuello. Estabas tranquilo, el momento te daba esa paz que muchas veces buscás. Nos separaban algunos metros, pero yo te sentía más cerca que nunca, no sé por qué... o capaz que sí...
Yo me acerqué, sin sutilezas, sin oscilar. Supongo mi inconsciente estaba cansado de tanta delicadeza contigo. Me acerqué y no esperé a que te decidieras por dar el primer paso, y lo di yo. Te acaricié la cara y te sonreí.
Seguidamente, me miraste con tu sonrisa cálida, candente y, frunciendo la frente, con tu cara de donjuán me dijiste: -en algún momento, en algún lugar, nos íbamos a encontrar-...